Sales de casa corriendo y te encuentras con el tráfico que dificulta atravesar la ciudad de un lado  en el poco tiempo que tienes. Te desesperas y maldices no tener el dinero suficiente como para no trabajar nunca en tu vida, te molesta que la oficina quede tan lejos, que estés gastando gasolina, que ésta suba y suba de precio, que el gobierno no haga nada para solucionarlo y que tengas que vivir en este país.

Si para entonces no has llegado, la frustración puede seguir: por qué estudié esta carrera, te preguntas, cómo es que nadie se ha fijado en mí, por qué esa persona que me gusta no me pela y por qué tuve un hijo con esa pareja que no quería, cómo es posible que me esté creciendo esta lonja, que no sepa caminar con estos tacones como las modelos de la televisión.

¿Algo de esto ha pasado por tu mente? Puedo afirmar que a veces yo también me enojo y me frustro por todo eso que no me gusta de mí, de mi entorno, de los otros. Sin embargo, hace unos días me encontré a una gran maestra de vida con quien intercambié una plática.

El primer paso para dejar de estresarte, me dijo, es que aceptes la realidad. ¡Claro, qué sencillo!, es lo que segurísimo estás pensando, pero yo tomé el reto y desde hace un tiempo dejo que fluyan mis emociones. Me enojo, me frustro y me salen chapitas de coraje, pero cuando me animo a respirar y hacer una pausa, me doy cuenta que sólo yo, nadie más, puede elegir lo que quiero vivir.

¿Cómo? No es sencillo, no es magia, de hecho no lo consigo todos los días ni todo el día, pero me he dado cuenta que si voy tarde y los autos no avanzan, no se abrirá el camino porque me ponga de mal humor. Asumo mi realidad, no llegaré a la hora que pensaba.

También viví ese momento en que piensas que el jefe no entiende tus necesidades, no valora tu trabajo, pero necesitas los ingresos. Asumí que no puedo hacer que él vuelva a nacer con las características que necesito, peor aún, no puedo hacer que llegue otro jefe hoy, cuando lo pido al hada madrina de mi imaginación. ¿Entonces tengo que maldecir, irme y morir de hambre? Creo que no es tan fácil, pero sí puedo aceptar mi realidad, saber que eso es lo que tengo ahí y que si no me gusta, tengo la capacidad, puedo moverme y buscar una mejor opción. Lo hice y lo encontré.

Decía mi “maestra”: Si una señora se queja porque su esposo nunca le lleva flores, quizá todo su enojo termine cuando asuma que él nunca lo hará. El marido no va a cambiar, pero ella sí dejó de esperar y toda esa frustración se va, al punto que deja de necesitar ese mimo y es ella quien puede consentirse, sin esperar nada de otros.

¡Qué zen me saliste, Victoria! ¡Qué fácil! ¿Cómo es que no lo haces a diario? ¿Cómo es que te alteras si estás tan consciente de todo esto? También me lo echo en cara, pero no les miento, he hecho el balance y algo he podido avanzar cada vez que recuerdo que lo único que necesito para ser feliz sí es aceptar mi realidad. Aunque en casos como el mío, no sólo la acepto, sino que busco cómo mudarme si eso que hay no es lo que me gusta. Poco a poco, una pequeña parte de mi vida a la vez.

Es un trabajo diario, pero con muy buena paga. MI GRAN ERROR sería no intentarlo. Te reto a probarlo, porque sólo hay una cosa que necesitas para ser feliz, aunque sea un poquito más: acepta tu realidad, ésta incluye todas tus fortalezas.