¡Cuidadito con los nombres!

¡Cuidadito con los nombres!

Cuando era niña, debo confesarles, me pregunté más de una vez si mi madre me odiaba tanto como para llamarme Victoria. Le pedía a los compañeritos de la escuela y allegados que me dijeran de otra manera porque sentía que mi nombre de pila era fuerte. Ahora sé que es común que tengamos un diminutivo, pero la pienso cuando me dicen Vicky, ¡ni que fuera cerveza en lata!

Mi nombre, considero hoy, es el mejor regalo que me dieron mis padres, algo así como un epitafio, tengo que vivir para que al final todas mis acciones combinen con él. Me siento orgullosa de lo que eligieron para mí.

Bueno, pero no los voy a marear con mis pensamientos locos. Llegué a este punto porque se han juntado muchas historias alrededor de la selección de nombres de quienes me rodean. ¿Cómo llegaron sus padres a esa decisión? Aquí tres casos:

TODO QUEDA EN FAMILIA

En una familia que conozco el padre se llama Fernando, así que decidió que su hijo mayor preservaría el nombre. Cuando el niño nació, las personas  temían llamarlo como al “señor de la casa”, así que le hablaron por su segundo nombre. Años después nació otro hijo y ¿qué creen? ¡Le pusieron Fernando! El capricho siguió sin cumplirse, a la fecha todos le dicen “Güero”.

La historia siguió como en serie cómica, nació la primera nieta y la registraron como Fernanda, aunque en casa le llaman “Feña”. Luego llegaron dos nietos más y los dos llevan el nombre del abuelo. Total que cuando estás con toda la familia, sí aplica eso de que avientas una piedra y al que le caiga se llamará Fernando.

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TAMBIÉN EN LA POLÍTICA

El otro día escuché en radio que fácilmente se podía convertir el nombre completo de un político en un insulto, de hecho bromearon con esto hasta arrancarme las carcajadas. Piensen en sus siglas, decían: Miguel Ángel Mancera Espinosa. Junten las mayúsculas y ya tienen la tarea hecha.

Cambiarse el nombre ya es legal, más allá de presentarte con tu apodo o alias, el gobierno permite hacer un trámite para que elijas si quieres primero el apellido paterno o materno, o si de plano decidiste que hoy te quieres llamar de otra manera. Quizá este señor debería considerarlo.

EN LA CASA, EN EL TALLER Y EN LA OFICINA

Con un compañero de la oficina también platicamos este tema. Una tarde, en el silencio que requiere la concentración, escuchamos la llamada que hizo. “¡Hola Reinita!”, le dijo a la chica del otro lado de la línea, por lo que el resto mantuvimos a raya una risa, pensando que este chico, con tal de cerrar un negocio, se estaba ligando a la interlocutora.

Al colgar, resultó que la mujer con la que hablaba sí tiene una credencial del IFE con el nombre de Reinita.

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La plática Godínez se centró después en recetas de cocina y llegamos al punto de las pastas donde se mencionó un queso ricotta. La pronunciación, las pausas y los tonos también son importantes con los nombres, reiteró mi compañero de oficina.

Creo que tiene razón, por mucho que me llame Victoria y esté orgullosa de ello, MI Gran Error sería que mis siglas digan lo mismo que las de aquel político, y tampoco pretendo que en la carnisalchichonería me vayan a preguntar: Victoria Reinita, ¿va a querer su queso, ricotta?

Papás, tengan piedad, aunque de niños rezonguemos por el nombre, de grandes nos pueden salvar la vida.

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Victoria Martinez Enríquez

Periodista desde hace 17 años, amante de la información web desde hace seis. Me encanta equivocarme, pero lo que más disfruto es levantarme y seguir. Escribo de moda, belleza, curiosidades y de todo aquello que se mueva y me haga sentir viva

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