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La eterna culpa de una madre moderna

La eterna culpa de una madre moderna

Tener contentos a quienes nos rodean es quizá una de las actividades que más tiempo nos consume en el día y en la vida. Es verdad que a veces nos damos permiso de olvidar el qué dirán (o mejor aún, el qué necesitarán), o por lo menos dejar ese botón en pausa, aunque después volvamos a él.

Desprenderse totalmente de las necesidades de nuestros seres queridos es una de las tareas más difíciles. De hecho, muchos de nosotros ni reparamos en la entrega desbordada que tenemos por satisfacerlos, más allá de nuestros propios deseos.

Supongo que cuando se es madre este proceso no se puede evadir, las madres saben que por naturaleza están hechas para cuidar y proteger a ese bebé tan indefenso. Si a esto le agregamos que cuando el bebé tiene 30 y tantos lo siguen viendo como su “chiquito”, entonces ya podremos calcular el sentimiento que tienen “de por vida”.

La eterna culpa de una madre moderna

Esta semana me comentaba Martha, una compañera de trabajo, sobre la búsqueda exhaustiva que hizo para el traje del festival del Día de las Madres. Recordé cuando yo era niña y mi mamá me decía: ¡qué bonito regalo, estar costurando aquí estos trapos para que me bailes, mejor que no me regalen nada!

Claro, yo sé que cuando veía mis dos pies izquierdos en aquel festival se le olvidaba el desvelo y las heridas en los dedos por las agujas que se ponían rebeldes. Mi madre, como todas las de ustedes, ¡es una santa!

También esta semana una amiga queridísima, mi Ana hermosa, me decía lo triste que estaba por ver llorar a su bebé (no de seis meses, sino de seis años). Ella, como toda madre moderna y luchona, trabaja para sentirse plena y para aportar dinero a la familia. “Me siento la peor madre del mundo”, me confesó, “me parte el alma verlo llorar”.

La eterna culpa de una madre moderna

En la lista de mis amigas mamás también está Brenda, a quien no tengo un adjetivo decente para describirla, porque el más cercano empieza con “chin” y termina con “gona”. Un buen día nos avisó a los amigos que tendría un bebé. Más allá de responder nuestras preguntas, sólo recibe al día de hoy nuestros halagos porque su familia se compone de dos bellezas de quienes es madre y padre. “Mis tesoros”, los llama, haciendo sarcasmo justamente de Doña Florinda, quien veía perfecto a su Quico.

También está Ara, quien vive una etapa más “avanzada” en la que vio a su hija empacar sus cosas y subirlas a esa cruel mudanza que llegó por su “bebé” veinteañero. Se desahogó y lloró conmigo en un chat, pero dejó que la niña levantara sus alas y se fuera de casa viendo en mamá una gran sonrisa de orgullo.

Puedo seguir en historias, veo a mamás de todo tipo, pero creo que tienen un común denominador, la asombrosa manera de hacer a un lado su vida, sus necesidades, sus miedos, su hambre, su cansancio y mucho más por lograr que ese hijo crezca lo mejor posible. ¡Y entre todo eso, estos seres de luz llamados “madres”, todavía tienen espacio para sentirse culpables.

La eterna culpa de una madre moderna

En este punto debo aclarar que por decisión propia todavía no tengo hijos. A veces bromeo con esa frase que dice: “me gustaría ser mamá un día… máximo dos”, pero el hecho de que no haya probado esta condición humana no me exime de otra a la que sí tengo acceso: ¡soy hija!

Los hijos también tenemos algo en común, no siempre entendemos y/o agradecemos a las mamás todo ese sacrificio que hacen por nosotros.

Mi madre también trabajó y hoy me doy cuenta que no perdí un brazo o los ojos por no tenerla cerca, al contrario, aprendí el valor de salir a la calle como una guerrera. Hoy también me doy cuenta que, aunque no lo diga y aunque a veces exagere, ella me sigue viendo como su “tesoro”.

“Cuando veas algo en tu madre que no te gusta”, me dijo el otro día la tanatóloga, “realiza una pausa y revisa cómo creció ella y cuánto de lo que te desagrada es algo que también vive en ti”.

No puedo darle a las mamás modernas la cura para calmar la culpa por hacer o educar a sus hijos de una u otra manera, tampoco tengo esa pretensión, sería MI GRAN ERROR. Sin embargo, puedo decirles que así como ellas sienten que sus hijos son los más perfectos del universo, cuando nosotros hacemos corte de caja, el día que nos da gripe y nos hace falta ese caldito de pollo o un apapacho mentolado o ya en la madurez (si es que nos llega), sabemos que no hay madre como la nuestra, tan imperfectamente correcta. 

Felicidades a todas las mamás, pero más allá de todo… ¡GRACIAS!

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Victoria Martinez Enríquez

Periodista desde hace 17 años, amante de la información web desde hace seis. Me encanta equivocarme, pero lo que más disfruto es levantarme y seguir. Escribo de moda, belleza, curiosidades y de todo aquello que se mueva y me haga sentir viva

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